El fenómeno fue ya descrito en pleno siglo XIX por Stanley Jevons. Este autor británico publicó en 1865 el clásico “The Coal Question”. En aquel trabajo Jevons revelaba que, en Escocia, la reducción a menos de una tercera parte del carbón utilizado para producir una tonelada de hierro, fue seguida por un aumento espectacular del consumo total de carbón, que se multiplicó por 10 entre 1830 y 1863. Este hecho llevó a Jevons a afirmar: “es erróneo suponer que hacer un uso económico del combustible equivale a disminuir su consumo”.
El caso descrito por Stanley Jevons revela la importancia de considerar los efectos globales de los “avances” en materia de ahorro y eficiencia. En el caso citado por Jevons, el cambio tecnológico abarató la producción del hierro, lo que desembocó en un aumento de la demanda y una consiguiente ampliación del mercado. Ésta ampliación, a su vez, se tradujo en incrementos globales del consumo energético.
Este fenómeno de ampliación de mercado asociado a avances en materia de eficiencia tecnológica sigue produciéndose en nuestros días: cuando se introdujeron aviones de pasajeros con mayor capacidad, para reemplazar a los aviones de menor tamaño, se predijo que se reduciría el número de vuelos. Sin embargo, la reducción de los costes por pasajero produjo, en realidad, un fuerte incremento de los viajes aéreos que no compensó los “ahorros” derivados del uso de aviones mayores. El aumento de la eficiencia en el traslado de los pasajeros generó más aviones, y no menos.
En los casos descritos, los efectos secundarios se descubren al abandonar el análisis de escala “micro” (consumo energético por tonelada de hierro producido o consumo por pasajero transportado y kilómetro) y pasar a un análisis “macro” (consumos globales derivados de la producción de hierro o del transporte aéreo de viajeros). Pero incluso si nos quedamos en la escala “micro” y analizamos los consumos específicos de personas y organizaciones, también es posible detectar efectos secundarios que reducen los ahorros. Por ejemplo, cuando aumenta la eficiencia con que se utiliza un determinado recurso, el usuario individual suele lograr una recompensa evidente: el precio que tiene que pagar por ese recurso disminuye. Y como el precio a pagar baja, es fácil que se produzca un relajamiento en las pautas de consumo y, como consecuencia, un aumento del consumo propio del producto o servicio en cuestión.
Este efecto ha sido bautizado por los economistas como “efecto rebote” y explicaría por qué, en muchos casos, el aumento de eficiencia no da lugar a la reducción proporcional del consumo, ni siquiera en el nivel “micro”.
Ciertamente, hay ocasiones en las que la disminución del precio pagado no conlleva un mayor consumo personal de un producto o servicio. Pero, aún en este caso, hay que contemplar un “efecto rebote indirecto”: si el precio pagado disminuye y no consumimos más, tendremos más dinero disponible para gastar en otras cosas. Y estas otras cosas también conllevarán, muy probablemente, nuevos consumos de recursos energéticos.
Aunque el efecto rebote fue bautizado y descrito por los economistas, debemos ser conscientes de que no sólo se origina por motivaciones económicas. He aquí algunos ejemplos (rigurosamente reales) que nos permitirán ilustrar la diversidad de estos efectos secundarios:
- Una persona sensibilizada con las cuestiones ambientales decide cambiar el rociador de su ducha por otro de bajo consumo, que utiliza apenas la mitad de agua por minuto. Por la mañana, bajo el cotidiano y agradable chorro de agua caliente justifica su tardanza en salir de la ducha con un pensamiento reconfortante: “al fin y al cabo, gasta muy poco”.
- Una campaña para reducir el uso del automóvil privado en zonas urbanas, tiene un cierto éxito y, como resultado, un cierto número de ciudadanos pasa a utilizar con mayor frecuencia el transporte público y la bicicleta. Esto da pie a que otras personas decidan hacer viajes en coche que antes descartaban debido a la congestión por tráfico. Y como consecuencia, con el paso del tiempo, apenas se aprecian cambios en los flujos de tráfico.
- Se crea una nueva línea ferroviaria de alta velocidad, que se plantea como una alternativa ventajosa, en términos de emisiones, al uso del transporte aéreo. Sin embargo, aunque la línea consigue, efectivamente, que un importante porcentaje de usuarios del avión se pase al tren, también induce nuevos desplazamientos de personas atraídas por otras ventajas del nuevo servicio, como su comodidad o su rapidez.
En lo que toca a la vida cotidiana, la mejor manera de comprobar si estamos siendo presa del temido “efecto rebote” llevar una contabilidad global de nuestro consumo de energía o nuestras emisiones de gases de efecto invernadero. Sólo así podremos saber en qué medida, al cabo de un año, nuestros gestos responsables se traducen en auténtico ahorro.
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