Últimamente hemos podido leer, ver y escuchar en los diversos medios de comunicación noticias referentes al importante despilfarro de alimentos que realiza nuestra sociedad. Muchas de ellas llevan implícita, o no tan implícita, una asignación de responsabilidad de ese comportamiento a los ciudadanos y ciudadanas particulares, pasando por alto en muchas ocasiones la evidente aportación que realizan a dicho despilfarro todos los eslabones que participan en el proceso de producción, manipulación, transporte y comercialización de los alimentos.
Un informe del Parlamento Europeo de 2011 establece que cada europeo tira a la basura una media de 179 kg al año de alimentos que serían perfectamente consumibles, y en el caso español esa cantidad se establecería en torno a los 163 Kg.
¿Pero realmente tiramos cada uno de nosotros tantos alimentos a la basura?, ¿somos tan irresponsables? El despilfarro de comida tiene una importante componente ambiental asociada, sin lugar a dudas, pero hay otras caras del prisma que también son importantes, como la ética-moral, lo que genera la necesidad ambiental y obligación moral de participar en su solución.
La responsabilidad directa que tenemos los ciudadanos sobre este despilfarro alimentario se estima en un 42%, el restante 58% corresponde al resto de la cadena (productores, transformadores, comercializadores).
De eso saben algo Marisol y José. Ella salía de trabajar hace unos días y solo tenía 15 minutos para comer, de modo que las prisas la llevaron a un restaurante de comida rápida. Hacer cola, llenar la bandeja, comer y vaciar la bandeja, listo y fuera. Antes de irse cogió los dos sobrecitos de salsa que le habían sobrado y se los llevó al dependiente de la barra, no los había abierto y ni siquiera los había tocado; pensó que se podrían reutilizar. El dependiente los cogió y los tiró a la basura. “Política de empresa”, le dijo. Marisol comentaba que a partir de ese momento sería más cuidadosa a la hora de que le sirvieran la bandeja en ese tipo de restaurantes, rechazando los sobrecitos de salsa que no iba a consumir, pero además escribió una carta al servicio de atención al cliente solicitando a la empresa que fuese más cuidadosa con el desperdicio de comida. En cualquier caso ella siempre tendrá la opción de ir o no a ese tipo de restaurantes.
José es carnicero en un supermercado y la tarde del 24 de diciembre veía cómo avanzaba imparable el reloj y la carne no se vendía: la previsión de ventas no se iba a cumplir. Las cámaras frigoríficas estaban llenas de productos cárnicos y éstos no tenían salida. Mal asunto. José le propuso a su jefa bajar los precios a última hora para darles salida, al menos a la carne susceptible de llegar a su fecha de caducidad... ¿La respuesta? No, era preferible tirarla antes que bajar el precio; los clientes habituales podían acostumbrarse a ellos y sentirse decepcionados cuando no los encontraran. Así que, al cerrar el supemercado, tiraron la carne.
Por ello, nuestro papel como consumidores responsables, no se ha de reducir únicamente a tratar de disminuir la cantidad de alimentos que desechamos directamente aplicando diversas acciones en nuestra vida cotidiana (ver post Consejos para evitar el desperdicio de alimentos), sino que debemos ir mucho más allá, tratando de prevenir ese despilfarro alimentario que se genera en toda la cadena previa que lleva los alimentos hasta nuestros hogares.
¿Qué podemos hacer?
En primer lugar, acortar la cadena y simplificarla, volver a los orígenes y tratar de comprar productos alimenticios poco elaborados y frescos, que sean producidos cerca de nuestros hogares y que sean de temporada. Con esta simple receta reduciremos las pérdidas de alimentos indirectas de nuestro consumo (además de reducir su huella de carbono, generar menos residuos, etc.). También debemos pensar que no se puede hacer una tortilla sin romper huevos (que símil más oportuno) y no se pueden evitar estas situaciones si no se dan a conocer y en ocasiones hasta se denuncian, así que hay que arrojar luz sobre estas prácticas que contribuyen a desperdiciar alimentos, siempre con rigor y transparencia, dejando que el consumidor sepa y utilice la información para actuar con sentido común.
Aprovechamos y os recomendamos el libro de Tristam Stuart “Despilfarro”, os resultará muy ilustrativo sobre las dimensiones de este problema. Leedlo.
Sera Huertas y Víctor Benlloch
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